19 Ago Diez días en Israel
Julio 2024
Por Marcelo Schejtman
21 de julio del 2024
Israel siempre me ha generado esa fascinación que siente la hoja al viento con la raíz del árbol del cual cayó. Algunos nacen ya con eso, otros lo encuentran en el camino y otros, como yo, de mil maneras.
Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes, decimos en México, y aunque los míos eran quedarme allá después de mis estudios, no logré encontrar el camino que combine mi proyecto de vida en Israel con mi autorrealización, una búsqueda que muchos no pueden darse el lujo de hacer. Y entonces, mis hijos son mexicanos, pero como sus padres son israelíes también lo son ellos, y como al menos procuramos ir bastante, y los retos que enfrenta están a menudo en nuestros temas de conversación, ellos han mamado también nuestro sionismo y amor a Israel no solo a nivel teórico, sino también paseando por sus calles, bañándose en sus playas, discutiendo con las cajeras del super.
Por diferentes motivos, algunos obvios y otros más complejos, desde el 7 de octubre mi corazón ha estado tan allá como aquí. Me suscribí al canal 12, estoy atento a las horas en punto para escuchar el resumen de noticias de Galei Tzahal, comparto mis reflexiones en mi blog, me peleo con los no judíos que confunden imparcialidad con neutralidad y me peleo con los judíos que confunden amor a Israel con apoyo a cualquier decisión que se tome. Sin embargo, no había podido ir, y aunque exista el zoom y el internet, no sé si por ellos o por mí, pero necesitaba estar allá.
Me acomodo en el asiento del avión y lo primero que sale en la pantalla del respaldo de enfrente, es un comercial de las olimpiadas de París que comienzan en unos días. Se ve un tenista israelí paralímpico y mucha gente silbándole, gritándole cosas incomprensibles pero con una hostilidad que a esta altura ya conocemos bien. En la grada de al lado aparece toda una hinchada israelí cantando en apoyo, alentando muy fuerte. El tenista gana el punto y lo festeja con ellos. Se me hace un nudo en la garganta, parece que el viaje va a empezar rápido.
El amor en muchos casos es contraintuitivo. La guerra en general no es algo a lo que uno desea acercarse y sin embargo estoy volando hacia allá, no a pesar de la guerra sino justo porque estalló. Es algo difícil de explicar pero fácil de entender. Como el arquero que, a diferencia del resto, va hacia el pelotazo, yo también voy a Israel, y ambos sabemos que nos va a doler. No lo decido realmente, es más fuerte que una decisión, lo único que medianamente estuvo en mis manos fueron las fechas, pero no ir no era una opción.
22 de julio del 2024
Israel, como Buenos Aires, me recibe como si no me hubiera ido nunca. La diferencia es que me está esperando siempre. Escribo estas líneas en el departamento de Yafo que me prestó mi gran amigo Asi, y es como si después de tantos años este lugar me siguiera enseñando de qué se trata. Israel te lleva varias veces por día por los gestos que hacen que la convivencia social sea una bendición, para luego enfrentarte con actitudes que reprobarían cualquier examen básico de buenos modales, y después con las que solo encontraríamos en los personajes más cálidos de la literatura fantástica; de arriba abajo y al revés, como el ritmo de una orquesta surrealista. Los momentos bellos llegan a grados utópicos y un minuto después, los antipáticos a grados tragicómicos.
Para entrar al departamento nos desencontramos con la vecina que me tenía que dar la llave. Tenía su número, pero no me compré la tarjeta sim en el aeropuerto, ¿para qué?, si antes sobrevivíamos sin teléfonos. Y mi celular tenía doce porciento de pila, ¿para qué estar tranquilo, si se puede estar nervioso?
Yafo al mediodía en julio puede ser bastante incómodo para esperar en la calle, pero en el interfón del edificio no figuraba su nombre, por lo que no se me ocurrió mejor idea que ponerme a llamarla a los gritos, acompañándolos de algunos aplausos, a la vieja usanza del campo. Así varios minutos hasta que una mujer se asomó de una ventana, pero la descripción era distinta a la que me esperaba. No era una chica de treinta como la foto de su whatsapp, sino una señora mayor, ochenta y pico fácil.
— ¿Qué haces?
Me asustó.
— Perdón señora, lo que pasa es que…
—¿A quién buscas?
—A Jen.
—¿Cómo es?
—La verdad no sé, no la conozco.
— No entiendo…
Entonces mientras me hago visera con la mano para que el sol no me deje ciego, le explico que soy amigo de Asi.
— Asi no está, salió de viaje.
— Si si, justo por eso me dejó la llave con su vecina.
— Antes me la dejaba a mí, pero no sé por qué ya no me la deja más… Mejor así porque casi nunca estoy… Y aquí hay muchos vecinos, pero desde hace tiempo que no tenemos nada de contacto, así que no sé ni quiénes son… Yo no dejo entrar a nadie porque la verdad me da miedo… Pero tengo un nieto de tu edad… A ver sube.
Antes de que aparezca Jen y pueda instalarme en el departamento, la señora, Nomi, me dio a tomar agua y me prestó su teléfono.
— Agarra el otro de mi buró — me dice al ver que el que tengo no da tono.
— Pero, ¿de su cuarto? — le pregunto tímido.
— Pues sí jamud, ahí es donde están los burós — me grita riendo desde la cocina mientras me prepara un café. — Toma, te ves muerto de cansancio.
Me da su celular que no funciona, no es nada que se parezca a un smartphone y cuando le digo que me estoy quedando sin pila en el mío, va a traerme de la cocina una caja vieja con dobles y triples A. Al ver mi cara, otra vez es ella la que ríe primero.
— Es lo que tengo, jamud.
En lo que esperábamos a Jen y ve cómo me tomo el café, me contó lo bueno que era su esposo, me muestra una foto enmarcada, me habla de su hijo, me dice que vive en ese departamento desde que se construyó la cuadra, setenta años atrás. Se queda pensando y me dice que está cansada de la vida.
— No pongas esa cara jamud, lo que vine a hacer ya lo hice.
Cuando Jen viene con la llave y me estoy despidiendo me pregunta cómo me llamo. Cuando le digo, me responde emocionada:
— ¡Como mi esposo!
— ¡¿En serio?!
— Bueno, él era Moshe, pero es lo mismo…
23 de julio
Lo primero que nos dice la guía es que si suena la alarma no podemos bajarnos, que nos alejemos de la ventana, nos hagamos bolita y nos cubramos la cabeza con las manos. Pero que lo más probable es que hoy no pase nada. Me siento igual que cuando molesto a mis hijos despegando juntos hacia algún lugar, y les digo que no se preocupen, que los aviones casi nunca se caen. Pero ella no da la más mínima señal de estar bromeando. Es una mujer como de mi edad, no es fea, lo que pasa es que se dedica a ser guía de turismo en Israel. Su aspecto es recio, con arrugas alrededor de los ojos, como yo, no está maquillada y su peinado es una cola de caballo. Son las seis y media de la mañana y estamos camino al sur, a un campo junto a la ciudad de Kiriat Gat. Hace tres mil años, a unos kilómetros de donde estaremos, un chico israelita que después sería rey, de un hondazo le rompió la cabeza al soldado más grandote de los filisteos y la historia cambió para siempre.
Después de decirnos cómo defendernos de una posible lluvia de misiles, nos agradece por estar. El autobús no está lleno, nos explica que cada vez vienen menos.
— Pero los que venimos hacemos una diferencia importante, no solo para el campo, sino para muchas cosas más, como la industria del turismo, los choferes de los autobuses, los guías. Y en especial en la moral de los campesinos que en sus momentos más difíciles ven que hay todo un pueblo, una nación, que aparece cuando tiene que aparecer…
Y ahí tiene que hacer una pausa porque se le quiebra la voz. Unos segundos de silencio después hace una broma, termina rápido y mira hacia delante en silencio.
Me enfrento, como hace justo treinta años al campo en Israel, es julio, a las siete y media de la mañana ya hay más de treinta grados y el cielo tiene un solo color celeste. Nos pasamos dos horas plantando rábanos. Pienso en mi abuelo Abraham a quien no conocí, y no entiendo cómo no sufría de espalda y de rodillas. O quizás sufría, pero quejarse no era una opción, porque para qué. El rábano es un tubérculo que cuando se planta mide unos cinco centímetros, por lo que hay que agacharse, plantar los siete ocho que te caben en las manos, y pararse para ir a buscar el siguiente bonche; para después agacharse, plantarlos y pararse. Yo, que he hecho deporte toda la vida, estoy al borde del desmayo. Cien años antes, mi abuelo trabajaba la tierra en Entre Ríos, cien años después yo lo hago en Kiriat Gat. Estar plantando rábanos por dos horas, te permite no revisar el celular, y dejar que tu cabeza estire las piernas. La mía decide irse a Pueblo Cazés en 1924. Hola zeide, le digo, ¿cómo se hace esto sin romperse la espalda? No me responde. No sé si porque no me conoció o quizás porque la pregunta le parecería demasiado bruta.
…
En la noche voy a la plaza de los secuestrados, para eso vine a este viaje, quería estar ahí con sus familias, si algo así puede desearse. Lo primero que se ve al llegar, y lo que puebla la plaza, más allá de los carteles con las caras de los secuestrados, es arte. Un monumento largo, gris, es la representación de un túnel en Gaza, por donde se los llevaron, donde los tienen escondidos. No siempre el arte debe ser bello, como este, que es tétrico. No entro, me distraigo con otras cosas, el viejo truco de cuando uno no se atreve. Más allá hay una mesa, también larga, también gris, con ciento quince sillas vacías. Antes eran doscientos cincuenta y dos, pero algunos secuestrados fueron intercambiados en el primer acuerdo, otros pocos fueron rescatados por el ejército, y el resto que ha ido muriendo en cautiverio también tiene su silla. Sí, aún hoy, después de casi diez meses, la mesa tiene ciento quince sillas vacías. Hay pinturas grandes con las caras de los que faltan. De los hijos de esos padres que están aquí y cada día que pasa sienten que les están fallando. De las esposas de esos hombres que han hablado con el primer ministro, con el presidente de Estados Unidos, con Dios, y que ya no saben a quién más acudir. Las barbas blancas de abuelos de chicos que antes de entender quiénes quieren ser cuando sean grandes ya están peleados a muerte con la vida. Los ojos grandes que me miran y no parpadean, de esas chicas que siguen aquí cerca, pero del otro lado de la frontera, a un par de horas en coche de Tel Aviv, de esta plaza. Unas decenas de kilómetros los separan, saben que están ahí, probablemente en Rafah, o Jan Yunes, seguramente en sus túneles o en la casa de alguna familia con la tarea de custodiarlos. El resto de Gaza ha quedado destruido y no aparecieron. Ya han matado a muchos terroristas, a muchos simpatizantes, a civiles que no tienen alternativa mas que simpatizar, a muchos más que no sabremos qué opinaban, qué veían, quiénes eran. Todo lo que veo es gris, largo, sórdido, como lo que están viviendo. Los israelíes siempre han tenido esa gran habilidad de la asertividad. Te dicen lo que es, si te duele no te apures, ya se te va a pasar.
En la entrada hay una tarima y encima un piano de cola. Un hombre como de mi edad está tocando y uno mayor, gordo, lo acompaña. A él lo reconozco de la tele, de las noticias, de las horas interminables de ser tomado por las cámaras, es el padre de uno de los secuestrados, o secuestradas. Me les quedo mirando.
— Canta con nosotros — me dice el del piano.
—No es lo mío — le contesto sonriendo.
— ¿Where are you from?
Ahí tampoco soy de ahí.
— Soy israelí — le respondo en hebreo — pero también mexicano, pero también argentino.
— Oh… muy bien — me dice en español con acento.
Y empieza a cantar una canción también en español que no conozco. La canción es fea pero él toca como Beethoven. Hasta que llega el coro y ahí sí: “Espera un poco un poquiiito más, para llenarte de feliiicidad, espera un poco un poquiiito más, me moriría si te vaaas…” Me pongo a cantar con él y me aclara:
— Julio Iglesias — con cara de “me extraña, crack”.
No puedo pasar a ver la plaza porque se pone a cantar “Bésameee bésame muchooo, como si fuera esta noche la última veeez…” Y entonces lo acompaño.
— ¿Ya ves? — me dice — si sabes cantar, canta.
Y no se da cuenta de todo lo que me acaba de decir. Tras esa canción viene la otra y la otra, los tres reímos, y cantamos en voz alta, como si estuviéramos a las tres de la mañana en algún bar, aunque no estoy seguro si yo lo tengo permitido, si no debería estar consolándolos. No estamos en ningún bar, ni peña, ni salón de fiestas, estamos en la plaza de los secuestrados. Mientras vamos cantando los miro, no habría manera de adivinar quiénes son y dónde estamos. Pero yo lo sé, lo sabemos todos. Al del piano no lo reconozco, ¿quién será? ¿algún familiar, alguien como yo que viene a acompañar? Nunca me enteré. Al señor gordo, que le cuesta un mundo seguir el ritmo de las canciones pero parece que hace poco aprendió a buscar las letras en el celular y las lee en español, le quiero decir que estoy con él o fuerza hermano o qué mierda se dice en estos casos que no se imaginó ni el autor del thriller más grotesco. Me quedo hasta que le entra una llamada y el pianista se distrae y el trío se separa para siempre sin despedirse. Supongo que en este caso ese detalle no les cambia nada.
Unos metros más allá hay una mesa en la que venden gorras, playeras, silbatos, calcomanías, dicen “Bring them home NOW”, otras solo “NOW”. En la punta hay una pila de un libro, es un cuento infantil, breve, de tapa dura. Tiene ilustraciones como en lápiz, y coloreado en tonos de grises de una manera diferente a todo, con un estilo que parece informal, con el mismo lápiz, algo muy sencillo y bello. En el cuento, el abuelo le explica a su nieto que el sol le pidió a la luna, que es su hija más chiquita, cuidar al mundo, porque lo quiere mucho. Pero la luna no solo es chiquita, también es tímida, y por eso no todas las noches se anima a salir. Cuando empieza el mes, se esconde, pero a medida que va avanzando va tomando confianza… En la contraportada explican que el autor fue Jaim Peri, un hombre del kibutz Nir Oz, de setenta y nueve años, que fue secuestrado y más tarde asesinado en cautiverio por Hamas. Le escribió este cuento a uno de sus nietos y lo quería mandar a imprenta para regalárselo en su cumpleaños de ochenta. Pero él cumplía unos meses después de octubre.
A unos metros la gente empieza a desplazarse, de a poco empiezan a caminar rumbo a la calle, se escuchan unos cantos que no sé si son improvisados o si tienen relación con el lugar. Me acerco, en minutos pasan de ser unas decenas a cien y doscientos y luego miles de personas, pero estos cantos ya no son de Julio Iglesias. Comienza una marcha de la cual yo no sabía. Marcho con ellos por las calles de Tel Aviv. Varios llevan megáfonos y gritan consignas que los demás repiten con un ritmo monótono pero pegadizo.
— ¿Por qué aún siguen en Gaza?
Y todos responden
— ¿POR QUÉ AÚN SIGUEN EN GAZA?
— Regrésenlos en este momento de Gaza.
— REGRÉSENLOS EN ESTE MOMENTO DE GAZA.
— Ahora.
— AHORA.
— ¡Ahora!
— ¡AHORA!
Quedo de verme ahí con Adi, un amigo de Monterrey que vive en Israel hace treinta años, y tiene la terrible costumbre de ver cosas que yo no. Me muestra algo que no me gusta, la gente que marcha con nosotros se nos parece, no solo físicamente, en la ropa, en las marcas, en su manera de andar, en la kipá que no llevan los hombres, en las faldas largas que no llevan las mujeres, en los coches a los que se van a subir cuando la marcha termine, o en el tren suburbano que los va a llevar a los mismos barrios que a los otros. ¿Y los demás? Todo Israel quiere que los secuestrados sean liberados, pero no todos están en la marcha. A cambio habría que liberar también a muchos más prisioneros que no son abuelos que escriben cuentos a sus nietos, ni chicas que los sábados a la noche van a bailar. Son terroristas convictos, muchos con sangre en sus manos, que juran asesinar a cuanto judío, israelí, u occidental le sea posible, muchos capturados el 7 de octubre.
Tras casi dos horas, la masa se detiene y un grito interrumpe los cánticos.
— AUXILIOOO, AUXILIOOOOO.
Es la madre de uno de los que están en cautiverio. Es un grito que no sale de la garganta, sino de un lugar al que nadie en este mundo debería tener acceso. Se hace un silencio que me recordó al del Colegio Rébsamen un 19 de septiembre en la noche de Tlalpan, o al de un acto público en Plaza de Mayo, cuatro años después de la bomba en la AMIA. Cuando el silencio no aparece porque nadie hace ruido, sino porque todos al mismo momento deciden de manera activa callar, cada sonido que lo interrumpe se vuelve una herida que no cicatriza más.
— AUXILIOOO SÁQUENME DE GAZAAA, SÁQUENME DE AQUÍÍÍ…
El grito se desgarra, penetra en la noche israelí y la mujer queda vacía, rodeada de miles que no pueden ayudarle. La abrazan y así, en silencio, lloran y lloramos.
24 de julio
El guía de hoy está armado. La automática calzada en su cintura no coincide con su aspecto de educador de pelo largo. Le reconozco el acento y terminamos siendo casi vecinos en la Buenos Aires de cuarenta años atrás. Ese es uno de mis superpoderes más intrascendentes, puedo reconocer de dónde es cada persona con escucharla decir buenos días, en especial si los dice como yo. El trabajo de hoy es más al sur, en Pri Gan, frontera con Gaza a la altura de Rafah, donde el ejército de Israel está buscando a los ciento quince secuestrados, que más de nueve meses después siguen ahí. No aparecen, y el ejército en su búsqueda está ocasionando más muertes de civiles que en ninguna otra guerra. En el camino pasamos cerca de donde fue el festival Nova en el que los terroristas mataron, violaron y mutilaron a cientos de chicos y chicas. Vamos por esa carretera que tantas veces vi en los videos testimoniales del 7 de octubre. A los costados hay más árboles cortados que enteros, marcas de balas, restos de la masacre. Los árboles tienen papelitos rojos y amarillos, cada uno representa una víctima, es imposible contarlos a todos.
Llegamos a unos invernaderos para atar hilos con otros que cuelgan del techo y llegan hasta la altura de mi cabeza, así la punta va a llegar al suelo donde ya están plantadas cientos de plantitas de tomate, y a medida que crezcan puedan irse agarrando a la columna de nylon. Es increíble todo lo que uno suda haciendo nudos. Las tres horas que estuvimos hasta que el calor nos echó, el sonido de fondo principal era el de la guerra. Bombas, aviones, helicópteros. No están tan cerca como se escucha, dice uno, y otro dice que si los escuchamos tampoco deben estar muy lejos. Así es, no están lejos, lo sabíamos desde que decidimos atar hilos para tomates a unos kilómetros de Rafah. La noticia central del siguiente día es que el ejército rescató a cinco cuerpos de secuestrados. Los cinco fueron asesinados el mismo 7 de octubre, y mantenidos en uno de los túneles de Hamas, tras una doble pared, como un escondite de la edad media, por nueves meses y diecisiete días.
…
Llego a la casa de Asi, y en las noticias ya aparece el discurso que Netanyahu dio esa misma tarde en el Congreso norteamericano. No pasa todos los días que en época de guerra Estados Unidos decide escuchar con esa atención y que un jefe supremo de las fuerzas armadas, deje su país para hablar en otro.
Israel tiene el ejército más poderoso de la zona, si no fuera así ya no existiría. Sin embargo, es un país muy pequeño y depende de sus alianzas internacionales para mantener su ventaja militar. Muchos de sus socios ven con ojos críticos la manera en la que se ha encarado la intervención en Gaza. Por un lado, entienden el peligro de la amenaza a la que Israel y sus ciudadanos se exponen, solo basta imaginar por un momento qué pasaría con toda la población que no es musulmana y además muy obediente, si se llegara a materializar eso de “From the river to the sea Palestine will be free” con un gobierno como el del Hamas. Por otro lado, no les gusta que un aliado tan importante protagonice una intervención militar que se ha cargado con tantas muertes de civiles. No creo que les importe tanto el lado moral de la historia, al final de cuentas cada uno tiene sus exámenes reprobados de cuando tuvieron que usar su poderío militar, no para defenderse de un potencial genocidio como en este caso, sino como método de conquista. Lo que les es más incómodo es el grado de exposición que existe en esta época. El pueblo palestino ha sufrido mucho y por muchas causas. Para empezar por sus líderes corruptos que se enriquecen con los apoyos internacionales en lugar de crear infraestructura educativa, de salud, económica y social, para que su pueblo prospere. Su grado de cinismo hace ver a los más grandes dictadores, zares, maharajás y emperadores asesinos de la historia como criaturas ingenuas. Se han dedicado al adoctrinamiento de sus niños, que crecen aprendiendo que lo único que los aleja de una vida plena, libre y digna es Israel. No las políticas injustas de Israel, sino su mera existencia. Y por el mismo precio súmale a los judíos, y de una vez a todo occidente. Y que la lucha armada en nombre de Alá, es lo que les va a resolver el problema. Y cuanta más gente maten mejor, y si ellos mismos mueren en la lucha, hasta se van al cielo.
Ahora bien, sin duda la fórmula de su sufrimiento también comprehende el liderazgo israelí que ha fracasado en crear una narrativa que sea común a todo el pueblo, y en la que ser libres en su tierra no tenga que ser a costa del derecho de los palestinos a ser libres en la suya. Pero a eso hay que sumarle el perfil del gobierno actual, que ha ido tomando fuerza en los últimos años, pre y post 7 de octubre. La derecha nacionalista y ultra nacionalista se ha logrado apalancar de una manera en la que sin sus bancadas, el partido mayoritario Likud, no podría tener la mayoría en el congreso y formar gobierno. Y entonces Netanyahu, líder del partido, no solo los ha sumado, sino que les ha dado un protagonismo desproporcionado. Para ellos, al menos a juzgar por los hechos, regresar a los secuestrados no es tan prioritario como avanzar en los frentes militares para destruir lo más posible a Hamas y Hizballá. Y siguiendo la lógica democrática, lo que más quieren defender son los intereses de sus votantes.
Occidente, entonces, entiende el tema de la supervivencia de Israel, pero cree que la guerra se pudo haber gestionado distinto. Y si a eso le sumamos que todo lo que Israel hace, lo justificable para prevenir futuros 7 de octubres, como lo no justificable, se hace con las armas que ellos les venden, así como con el escudo diplomático que les brindan, entonces la incondicionalidad de su respaldo se abre a debate.
En este contexto el Primer Ministro va a Washington, la capital de su socio más importante, y da un discurso en el Congreso. Porque si algo hace bien Netanyahu es hablar. Y en sus palabras elocuentes, y cargadas de un carisma que a pesar de todo todavía impresiona a demasiada gente, dice que su única condición para el gobierno palestino que surja tras la guerra, es que no esté en sus objetivos principales destruir a Israel. “Creo que eso no es pedir demasiado”, dice. Y no hay cómo no estar de acuerdo.
Habla del absurdo de los universitarios que en Estados Unidos y en muchas ciudades del mundo, defienden la lucha de los palestinos sin tener idea de que si ellos vivieran bajo las reglas de los que ahora son sus líderes, no solo no podrían estudiar, sino que además los sumirían en la opresión y en el oscurantismo en el que viven los palestinos en Gaza. Y no hay cómo no estar de acuerdo.
Pone en evidencia organizaciones como “Gays por Palestine” lo que es tan absurdo como si hubieran pollos que corearan “Chickens for KFC”, y no hay cómo no estar de acuerdo.
Es claro que han caído en la trampa de identificarse con el débil, sin entender que sus líderes no tienen nada de débiles, al revés, son organizaciones billonarias con objetivos que nada tienen que ver con la liberación de sus pueblos. Por ejemplo, la República Islámica de Irán, la principal patrocinadora de las organizaciones terroristas más espeluznantes, tiene acceso a tecnología nuclear y, solo en los pasados dos años, ha asesinado a cientos de sus propias mujeres, tras las protestas por el asesinato en prisión de Mahsa Amini, encarcelada por la “policía de la moral” iraní, por haber llevado su hiyab mal puesto. No es “El cuento de la criada” de Margaret Atwood, en este caso no es ficción. Estos universitarios se sienten libertarios al corear Free Palestine, cuando al hacerlo en este contexto se vuelven peones de organizaciones bien financiadas y oscuras a las que no le importan sus pueblos, ni la libertad, ni nada que a estos estudiantes les pueda resultar inspirador. Netanyahu, les dice “Ustedes se han convertido en sus idiotas útiles”. Y no hay cómo no estar de acuerdo.
El Congreso estadounidense no deja de aplaudir cuando dice “Nuestra victoria será su victoria”. Pero en Israel otra vez las interpretaciones están divididas. Porque lo que dice tiene razón, pero de los secuestrados y de las posibles vías para liberarlos, habla muy poco. Porque muchos interpretan todo el viaje como una jugada para buscar legitimidad hacia si mismo. Porque va al otro lado del mundo, y habla de “Mi visión para el futuro Medio Oriente” y se llena la boca hablando de paz y de lo que está bien y lo que está mal, pero no ha visitado ni una vez los kibutzim que han quedado como campos de batalla abandonados tras el 7 de octubre, ni a su gente que ha sido desplazada a diferentes ciudades. Ni ha dicho ni una sola vez que el responsable primero y principal de la masacre y del fracaso más terrible en la historia de este joven país, ha sido él.
A pocos en Israel les queda clara su agenda personal y cada vez a más gente le impresiona menos la confianza que proyecta en cada una de sus palabras con una dicción bilingüe impoluta. Y en un país como Israel, nadie pasa por alto que uno de los frentes de batalla más importantes que este mandatario enfrenta no está tras las fronteras, sino en su propia defensa legal contra múltiples acusaciones penales por corrupción, que ha ido acumulando administración tras administración. Ese es el grado de estabilidad desde la que el pueblo israelí enfrenta una guerra existencial, con su comandante en jefe tomando decisiones desde lo que le sirve a él, en su lucha por escapar de la justicia.
25 de julio
El guía de hoy es sobreviviente del festival Nova de música electrónica, junto al kibutz Reim, en el que asesinaron a doscientos sesenta jóvenes, y casi cuatrocientas personas en total. Tres de sus amigos con los que fue tuvieron menos suerte. Camino al lugar de la peor masacre de judíos desde el holocausto, esta vez no fue hace ochenta años sino hace treinta y cinco semanas y la gran mayoría de las víctimas nacieron después de mí. Vamos parando en cada ciudad donde los terroristas entraron, la tomaron, y por muchas horas, las conquistaron. La más grande es Sderot, una ciudad frontera con Gaza, que por veinte años ha sido blanco de un bombardeo prácticamente diario del Hamas. Así como en nuestras ciudades lo que más abunda son los jacarandas, o las estaciones de renta de bicicletas, en Sderot son los refugios antiaéreos de concreto. Hay al menos uno por cuadra, por lo que para paliar la sensación de amenaza constante, cada refugio también es un mural, de flores, de paisajes soleados, de campos verdes. Nos detenemos en un pequeño parque público con columpios y resbaladillas, ahí hay dos. Uno más grande, es una oruga morada y larga, que está riendo con la boca abierta. Así caben más niños.
La alarma, cuando funciona bien, suena en el momento que disparan los misiles en Gaza, y hasta que caen en Sderot tardan más o menos quince segundos. Ese es el tiempo que la persona tiene para meterse en su cuarto seguro que por ley debe haber al menos en cada edificio, o para encontrar un refugio de la calle y meterse hasta el fondo. Este detalle es fundamental, porque si en esos quince segundos llegan solo a la entrada, podrían salvarse del impacto, pero no del daño de los clavos, vidrios y metales que salen en todas direcciones como balas, al momento de la explosión. Como referencia, una persona promedio se tarda más o menos veinte en leer desde “este detalle es fundamental”, hasta este punto.
En un mal día en Sderot podían caer varias decenas de misiles, hasta doscientos en las temporadas más hostiles; en esas cantidades la tecnología de cúpula de hierro que los intercepta en el aire, en general logra contener el ataque. Pero el 7 de octubre a las 6:30 de la mañana la ciudad fue blanco de más de tres mil. El 7 era sábado y se celebraba Simjat Torá, lo que significa que un gran porcentaje de soldados estaba con sus familias. Mientras los que estaban en funciones buscaban contener el diluvio de misiles, seis mil terroristas invadían Israel por tierra, por aire y por mar. Se dirigieron primero que nada a las estaciones de policía, a las bases militares y a las guardias de los kibutzim de la zona, todas con muy poca gente. Una vez neutralizados (muertos) tuvieron horas de inmunidad para hacer. La estrategia les funcionó con una precisión escalofriante y dejó en claro la minuciosidad con la que la planearon.
Pasamos por el kibutz Nir Oz, ahí fureron asesinadas o secuestradas ciento diez personas, un tercio de toda su población. Por el kibutz Kfar Aza, ahí fueron asesinados más de doscientos, entre los que se cuentan a unos cuarenta bebés, algunos de ellos decapitados. Por Kisufim, Beerí, Nirim… Y llegamos a Reim, a donde fue el festival de música. El lugar se ha transformado en un altar a las víctimas. Es un campo lleno de árboles jóvenes, en el que se abre un claro del tamaño casi de una cancha de fútbol, donde el viernes 6 de octubre en la noche se reunieron a bailar casi cuatro mil jóvenes y la fiesta continuó hasta la mañana del 7. Por cada chico asesinado hay una planta con su foto. Algunas tienen también una placa con la fecha de su nacimiento y la de su muerte, solo la primera es distinta en cada una. También hay una foto por cada secuestrado con la leyenda de “Bring them home NOW”. Algunas también tienen papeles con poemas, otras, flores, otras, de acuerdo con la tradición judía, un pequeño espacio lleno de pequeñas piedras, donde sus seres queridos ponen una cada uno. Mi memoria es eterna, y no hay viento que la mueva, como esta roca.
Nos dividimos y vamos pasando en silencio entre las flores y las fotos y las piedras, como unos cuantos glóbulos blancos que tratan de curar una infección terminal.
Me detengo enfrente de la foto de Orión Hernández. Tiene la leyenda de “Bring him home NOW”. Es de los que secuestraron, pero en ese momento en Israel no se sabía que lo que se llevaron fue su cuerpo ya sin vida. Bajo la foto hay una bandera de México hecha jirones, otra víctima de la hostilidad del desierto.
¿Cómo Israel permitió que esto suceda? No me interesan las explicaciones. Poco a poco me voy dando cuenta de algo que ya sabía pero que no quería reconocer. La posibilidad de que la paz no se alcance nunca, es real.
No confío en el mundo, el criterio de la gente ha probado ser, ¿cómo decirlo sin cargarlo con todo mi desconsuelo?, decepcionante. No quiero caer en el viejo recurso de la falsa modestia, diciendo que me incluyo en el fracaso, que tampoco yo he logrado abarcar la complejidad de este nudo que se ha formado entre líderes corruptos, narrativas infantiles, nacionalismos arcaicos, pulsiones reprimidas. Al menos a mí, como a muchos más, me queda claro que siempre hay un otro, con todo lo que comprehende. Si esos otros comprendieran lo mismo, yo estaría ahora mismo escribiendo cuentos de amor o de fútbol.
Pero no es así, hay demasiados que todavía no se dan cuenta que no existe una moneda de una sola cara, que han sucumbido a la pereza de indagar, aunque sea media hora en youtube acerca de los argumentos de cada involucrado, para poder empezar a formarse una opinión que vaya dos centímetros más allá del slogan. Pero les queda demasiado elevado el reto emocional de reconocer que hay cosas que no saben.
No voy a ser yo en este texto quien les explique a unos la diferencia entre secuestrar a un joven israelí que está bailando en una fiesta, con aprehender a uno palestino en camino a poner una bomba en un autobús. Ni desglosar las múltiples maneras en las que, por décadas, Israel ha oprimido de manera estructural al pueblo palestino. Ni las posibilidades que tiene un ciudadano cualquiera de participar en la vida pública en una democracia imperfecta como la israelí, a diferencia de hacerlo en una teocracia autoritaria como la del Hamas. Tampoco qué implica ser desplazado en Israel por tu propio Gobierno, a diferencia de ser desplazado en un lugar como Gaza, por el ejército enemigo. Nada de eso necesita mucha explicación. Tampoco voy a perder tiempo invitando a feministas e integrantes de la comunidad LGBTTI+, que gritan consignas pro-palestinas, a comparar la realidad de mujeres y la gente de su comunidad en Gaza o Teherán, a diferencia de en Israel. Ni se diga imaginar cómo serían tratades elles, siendo además occidentales. Quien necesita la explicación no creo que esté leyendo este texto.
Pero donde sí terminan pareciéndose, los de este lado y los del otro, es en el dolor de los que han sido alcanzados por el fuego. En ese lugar que nunca tendrá descripción, en el que habitan las madres que han perdido un hijo. Esa dimensión de las familias amputadas de un padre, de un hermano, de una hija que solo quería vivir. Ahí no hay fronteras.
No confío en los tomadores de decisiones. Los de aquí para prevenir que algo así sucediera, ni para rescatar a los secuestrados después de casi diez meses, ni para minimizar la cantidad de muertes a partir del inicio de la guerra. Del criterio de los que se denominan progresistas en el mundo occidental, estoy sorprendido al grado de la náusea. Si no logran diferenciar entre lo que está bien y lo que está mal, ni se diga para comenzar a pensar en retar algunas de las categorías que hasta ahora han regido el devenir de la historia. Así como se están cuestionando algunos constructos mentales como el género, y la ortodoxia de las religiones, hay otros que al menos merecería la pena revisar, constructos como países, estados nación, banderas, ideologías. ¿Qué tal si esas maneras de identificarnos, fueron útiles en su momento, pero hoy en día ya no nos están sirviendo? Como cuando seguimos operando a los cuarenta desde las mismas convicciones que cuando teníamos catorce. Pero ¿quién estaría a la altura de un reto como ese, si en Harvard y MIT ni siquiera creen que impedirle la entrada al campus a alguien por ser judío, es necesariamente inaceptable?
No veo cómo resolver el conflicto, hoy en día la mejor opción posible es administrarlo, seguir aprendiendo a convivir con él, a resistir todo lo posible, esperando que la próxima ola de muerte no sea tan dura como la pasada y la pasada y la pasada. Desarrollar más tecnología contra terrorista, infundir en nuestros chicos más patriotismo, más orgullo por ser quiénes somos y por no ser como ellos, quienquiera que seamos nosotros y quienquiera que sean ellos. Y así, ir de la manifestación por el derecho de unos a ser libres, a la de los otros de defenderse; de mirar para otro lado cuando unos cuantos se asientan donde no les corresponde, a llorar las víctimas de un atentado; de prender una vela del recuerdo, a enriquecer el algoritmo que solo me muestra lo quiero ver; de la escuela al ejército, del funeral a la oficina, del arenero al refugio, por los siglos de los siglos.
26 de julio
Ya quiero volver a mi casa, pero me tomo el día para escribir, logro respirar, caminar por Yafo y por Tel Aviv, comerme un shawarma. Las cosas se ven un poco distinto. No confío en mucha gente, por ejemplo en las autoridades actuales ni en los mecanismos para elegirlas, pero sí en la creatividad de los seres humanos para valorar otras formas de liderazgo. No confío en los movimientos que tienen todo muy claro, pero sí en los que no salen en las noticias. El grito y la certeza es más mediático que el silencio y la reflexión, pero menos sustentable.
También confío en la capacidad de esos que sí logran ver más allá de lo que sus entornos les muestran. Si algún camino alternativo es posible, alguno que nos acerque, si no a la especie, al menos a la civilización de la que nuestros nietos hablen con orgullo, los que lo vamos a conseguir somos esos que tenemos otro super poder, que a diferencia del anterior sí sirve de algo, de ver más allá de nuestra propia nariz.
Hago una video llamada con mi hija y la veo feliz, almuerzo con mis suegros, viajo a Jerusalem para la cena de Shabath en la casa de mi hermano, como la mejor comida del mundo que es la de mi cuñada, y la risa de mis sobrinos le ponen el broche de oro a este día que me sirve para volver a ver las cosas con más luz.
Un sabio dijo alguna vez que para aspirar a algo mejor, más que vencer la estupidez de los demás, el reto es no dejarse conquistar por la desesperanza de uno mismo.
27 de julio
El sábado en la tarde nos vemos con mi amigo Adi para comer y prepararnos para la manifestación de apoyo a las familias de los secuestrados. Comentamos algunos resultados en los inicios de los Juegos Olímpicos. En fútbol México no clasificó. Argentina e Israel perdieron sus primeros partidos, como si faltaran malas noticias.
Ya en la manifestación, hablan los familiares de las cinco personas que lograron rescatar muertas la semana pasada. Agradecen al ejército por el operativo complejo. La hermana de uno de ellos habla de la paradoja de estar en el entierro de su hermano y sentir que es la primera vez en casi diez meses que puede respirar. Es una tranquilidad que esté aquí, dice, y saber que Gaza no se va a reconstruir sobre el cuerpo de mi hermano. Pienso en esa imagen y un escalofrío me recorre el cuerpo, mi corazón se va con los que tienen a sus seres queridos muertos y todavía secuestrados. Habla otro familiar de los cuerpos rescatados y también agradece al ejército. No sé si yo agradecería tanto. Pero por otro lado ellos son el ejército, no hay quien no, es como cuando le agradecemos a nuestra valentía por haberse atrevido, o a nuestras piernas por habernos llevado, es una manera de encontrar fuerza donde ya no hay.
Después de agradecer, cada uno se refiere a este día difícil, ya van tres y nos vamos dando cuenta que no hablan de la época en general sino de algo que pasó específicamente hoy, y que por priorizar nuestra conversación y las noticias deportivas, no atendimos a las de siempre. Unas horas antes, un misil de Hizballá disparado desde Líbano, cayó en el norte del territorio israelí, en una aldea drusa, ocasionando doce muertos. La noticia se va poniendo peor, los muertos son chicos y chicas, el mayor tiene dieciséis años, la menor diez. Con un ojo vemos el acto, escuchamos los discursos y las canciones, y con el otro estamos en el celular para entender mejor qué pasó. Estos chicos se juntaron para su tradicional partido de cada sábado en la canchita del pueblo cuando cayó el misil. Seguramente la emoción del inicio de las olimpiadas era el condimento especial que comentaban mientras se preparaban para el partido. Lo que no salió en las noticias deportivas ni lo sabremos jamás es si alguno habrá argumentado que la medalla se la lleva Argentina, otro que sin Messi es imposible, si otro habrá dicho que ojo que Francia es local, si quizás la chiquita les habrá recordado que el año pasado la selección sub 20 de Israel salió subcampeona del mundo y que hoy les va a demostrar por qué ella es la futura centro delantera del equipo femenil. Lo que sí sabemos es que mientras el mundo se concentraba en París para apoyarse en la mayor fiesta deportiva del planeta, para dar un respiro a tanto desastre e imaginar algo más justo, más inspirador, más divertido, en la canchita de fútbol de Mashdel Shams doce niños eran asesinados.
28 de julio
Después de estar hoy cinco horas limpiando de hierbas una plantación de coles, y de clasificar melones en cajas para melones chicos, para melones medianos y para melones grandes, fui a visitar a Erez. Hijo de una familia de educadores israelíes que llegaron a México a finales de los ochentas, en la misma época que mi familia. Hace años que no lo veo, no conozco a sus tres hijos, ni a su esposa. Pero sé que desde el 7 de octubre y a pesar de sus cuarenta y ocho años, ha estado de voluntario en el ejército. Desde chico siempre su ilusión más grande fue ser soldado de Israel y cuando llegó a la edad de enrolarse, logró ser aceptado en el escuadrón 669, una unidad de élite especializada en rescate. Nos vemos y entre nosotros no ha pasado el tiempo. Tiene la misma risa boba, ya era calvo desde más joven y eso evidentemente no va a cambiar más, su uno ochenta y cinco de alto y de ancho me abraza como si no entendiera que en tanto amor me hace crujir las costillas. Nos reímos de eso, y entonces me doy cuenta que claro que entiende y que disfruta molestar a su amigo de la infancia. En un segundo otra vez tenemos doce años.
De toda su familia a la primera que me presenta es a su perra.
— La rescaté el primer día de la guerra. Estaba inconsciente en una de nuestras bases, probablemente haya sido de alguno de los soldados, pero no quedó nadie a quien preguntarle. La traje a casa en lo que le encontrábamos una permanente, pero los que la terminaron adoptando fueron mis hijos.
Ríe mientras la acaricia y la despeina y la abraza.
Automáticamente nos vamos a ese día. Antes de comenzar le pido permiso para preguntarle, para abrir temas de los que quizás no quiera hablar.
— Tú pregunta — me dice.
Y entonces pregunto.
— ¿Dónde estuvo el ejército tantas horas antes de llegar?
— Nunca entendimos la gravedad de lo que estaba pasando sino hasta más tarde. Cuando me quedó claro que ya era algo muy serio, salí de mi casa rumbo a la base del sur, sin saber que otros que pasaron por las mismas carreteras que usé yo, unos minutos antes y unos minutos después, fueron asesinados. Eran como las once de la mañana, y la gran mayoría de los que murieron los mataron entre las seis y media y las nueve. En el camino para llegar a esas bases, emboscaron a cualquier cantidad de soldados que venían en sus coches particulares y, como a ellos, a muchos civiles. Cuando por fin, y sin demasiada prisa, superamos los procesos logísticos normales para salir ya equipados de la base, fue que empezamos a ver la tragedia. Mira que llevo siendo reservista treinta años, con mi unidad hemos convivido con la muerte de manera habitual y creíamos haberlo visto todo, pero estábamos equivocados, la cantidad de muertos que vimos ya durante las primeras horas, no la habíamos visto nunca.
No lo quiero interrumpir, no sé si tendrá un espacio real para hablar de todo esto.
— El primer momento de alivio fue cuando llevamos la guerra a Gaza, hasta ese momento seguíamos buscando terroristas en Israel, aquí en mi pueblo incluso. Y quien te diga que al meterse no tiene miedo, te miente; pero el deseo de venganza era tan poderoso, que no nos importaba nada.
— Y eso que tú eres una persona pensante — le digo, provocador.
— Si, siempre fui incluso de izquierda, o centro izquierda, dispuesto a co-existir y todo eso. — Hace una pausa. — No se puede. No hay cómo. Lo único que queríamos hacer era entrar y vengarnos. Y obviamente no queremos que mueran inocentes, niños, ancianas. Ni siquiera las que el 7 de octubre saltaban sobre la cabeza del cadáver de un soldado, y mientras cantaban y bailaban, repartían dulces y melahuaj a los terroristas del Hamas. — Se queda pensando. — Cada vez que me da miedo volver a Gaza vuelvo a ver ese video en el celular y entro.
—Es demasiado fuerte todo.
— ¿Has visto las fotos de los chicos del festival Nova? Uno más guapo que el otro, no había cómo reconocerlos. Algunos no tenían ni cabeza. Y los demás, todos los demás, en el festival y en los kibutzim, no importa si habían recibido veinte balazos ni si sus cuerpos estaban destrozados, todos tenían un balazo en la frente. — Y me recalca, “todos”. — También los niños.
De a poco van saliendo de sus cuartos sus hijos, son iguales a los míos, los mismos berrinches, las mismas carcajadas, las mismas actitudes adolescentes y la misma inocencia, solo que en otro idioma. A la chiquita le causa gracia mi nombre, lo repite varias veces. Luego me muestra su pecera, tiene dos peces pero solo vemos a uno, se llama Gold, el otro debe estar atrás de las plantitas, me dice. Unos minutos después sale con el pececito en una servilleta. Droopy se murió, le dice al papá, con el mismo tono que si le dijera que le sirva un vaso de agua. ¿Cómo sabes que estaba muerto? Le pregunta Erez. Porque estaba así sin moverse, dice ella, y hace un gesto como acostada mirando al techo con la lengua colgando de lado. Bueno, pero hagamos un funeral, les digo, y todos ríen, pero ya habían tirado a Droopy a la basura.
—¿Cómo es vivir aquí? — le pregunto a la de trece.
—Aburrido — me dice.
Con Erez nos reímos. ¡¿Aburrido?! Hay cohetes volando por encima de tu cabeza todos los días, ¿qué más quieres? Y ella ríe, parecería que por un momento se da cuenta, pero no. Se ríe porque el comentario es gracioso, pero no le cambia nada, ella sigue siendo solo una adolescente de trece años en su casa durante las vacaciones.
Las tres horas que estoy con ellos la chiquita no para de rogarle a su papá que quiere adoptar una lagartija, mientras le va describiendo sus características que lee en el celular.
— La que tenemos en la escuela se me agarra así de la playera y la acaricio y es hermosa.
— Hagamos una cosa — le dice Erez — ¿Qué tal si compramos otro pececito para que le haga compañía a Gold ahora que se quedó solo?
Ella lo piensa y yo aprovecho para decirle que si compran otro le pueden poner de nombre Marcelo, y su risa vuelve a alumbrar toda la sala.
— Sí papá, el nombre del pececito se lo pongo yo, tú le pusiste nombre a la perrita.
— ¿Ah sí? ¿Qué nombre le puso tu papá?
— Tikva.
29 de julio
Por más que la entiendo y existe, creo que la venganza nos hace más mal que bien. También creo que a veces hay que tener un espíritu muy elevado para contenerla, y tienen que ser muy inconscientes quienes se ponen a opinar.
La noticia del día de hoy es la acusación a un grupo de soldados israelíes de abusar sexualmente de un terrorista palestino capturado el 7 de octubre. Los acusan de usar palos y rifles para penetrarlo. El debate en la radio se mueve con unos alrededor de los que se indignan por lo que estos soldados pudieron haber hecho y otros acerca de cómo creer el testimonio de una persona que fue capturada tras asesinar israelíes bajo el grito de “Alá es grande” y “muerte a los judíos”.
Se filtra una noticia de que al ministro de defensa le han llegado videos de algunos secuestrados siendo torturados en represalia. Nadie lo puede asegurar y nadie necesita hacerlo para imaginar todo lo que deben estar pasando los que siguen cautivos en Gaza. A los micrófonos ningún funcionario dice que los terroristas capturados se merecen que les hagan lo que sea, pero muchos lo piensan. El tema genera disturbios, manifestaciones, más división. Un grupo de extremistas irrumpe en la base donde los soldados están detenidos.
— ¿A quién se le ocurre defender a esos monstruos? — Dicen, refiriéndose a los terroristas capturados. — ¿Ellos nos matan y nosotros tenemos que atender sus acusaciones?
Y del otro lado, quienes logran poner en palabras su deseo de venganza, observarlo antes de dejarse arrastrar por una emoción tan primaria, tan tentadora, encaminan en cambio su emoción hacia la justicia y a los mecanismos legales para aplicarla. Incluso hablan de pena de muerte, pero de lo inaceptable de tolerar este tipo de conductas. Y se le suma una nueva fractura a la nación israelí que ha decidido ser laica, judía y democrática. Incluso tomando en cuenta que sus vecinos son fundamentalistas islámicos, teocráticos y autoritarios. Incluso en tiempos de guerra. Incluso ante quienes se rigen desde su deseo de borrar de la faz de la tierra a nuestro pueblo.
Ishayiahu Leibobich, el filósofo israelí del siglo pasado, me cuenta mi amigo Adi, decía que no es solo un tema moral sino también de supervivencia, el respetar el estado de derecho. Toda la violencia que avalemos contra nuestros vecinos, lo cita, por más que sea solo una fracción de lo que ellos usan en contra nuestra, va a terminar volviéndose contra nosotros mismos. Lo escucho y me lo ordeno a mi manera, la moral y la estrategia, como la generosidad y la estrategia, como la escucha y la estrategia, una vez más se terminan encontrando. Y a mí se me hela la sangre porque muy pocos se van a poner a pensar ni medio segundo en esa ola, más bien en el tsunami, que se acerca rápido y crece con cada acto de venganza que cometemos.
Podríamos hacernos diferentes preguntas. ¿Cómo fue que nos permitimos caer tan bajo? O ¿Cómo se comportarían en esta situación esos países que critican desde una supuesta altura moral que solo se equipara con su hipocresía? Todas válidas, pero la que me parece más relevante es ¿Quiénes queremos ser nosotros? Porque una vez que lo decidamos, los márgenes de lo que debemos, o no, hacer, van a quedar más claros. El problema es que de nueve millones de israelíes, encontraríamos por lo menos nueve millones de respuestas distintas.
30 de julio
Los doce chicos que mató el misil de Hizballá, ha adelgazado un hilo que no entiendo cómo no se ha roto. O quizás se rompió hace tiempo y lo que estamos viviendo es la primera consecuencia. La gente del norte del país no puede más, desde el comienzo de la guerra miles han sido evacuados, otros tantos se negaron y otros, a pesar del constante bombardeo, ya están volviendo. Cuando un pueblo quiere salir a la guerra, eso habla mucho de la alternativa. El problema es que Hizballá no es el Hamas. Está incrustado en un país en el que Israel no tiene ningún control y su poder militar, así como el tamaño de su arsenal, representa una amenaza con desenlaces inciertos. Si se ataca, todo puede escalar en cualquier dirección, para variar su padrino es Irán y eso representa un riesgo todavía mayor. Pero si no se ataca, se condena a toda la población del norte a seguir sin regresar a sus casas por un periodo indeterminado. Hizballá no va a retroceder por iniciativa propia, ni por ningún acuerdo diplomático. Recordemos que para ellos, lo inaceptable no es que Israel los ataque, sino que exista.
Adentro del país, ninguna opinión coincide con la anterior o la siguiente, pero todos los analistas están de acuerdo en dos cosas:
- Israel no puede seguir sin responder.
- Israel va a responder.
En lo que el gabinete de guerra se va poniendo de acuerdo, otro misil mata a un hombre en el kibutz norteño HaGoshrim.
A todo esto, los secuestrados siguen sin liberarse, ni intercambiarse, ni conocer su estado, más allá de discursos elocuentes y de estrategias que repiten slogans cada vez más vacíos como “seguiremos hasta la victoria absoluta”, lo que sea que a esta altura eso signifique. Las noticias hablan del norte, y de la falta de noticias. Esperar es de lo más desgastante. Lo que se desea es que ya no hayan malas noticias, pero así como las alarmas y las bombas, el silencio también tiene un efecto venenoso que completa una fórmula insoportable, o mejor dicho, casi insoportable; siempre es casi insoportable. Y entonces tanto lo que pasa como lo que no pasa sigue mermando en el ánimo de todos. Y al mismo tiempo en ese contexto la vida continúa, los bares, los restaurantes, las calles, todo se mueve como si no pasara nada. No en el norte, ni en el campo del sur, ni en el turismo, pero el centro del país continúa en movimiento, como ciertas flores en el desierto que no se enteran que ahí no deberían florecer.
Voy entonces a una base militar como parte de un proyecto que les preparan asados a los soldados. De otra iniciativa me ofrecieron ayudar a empacar equipo militar, pero tengo suficientes reservas con la estrategia del ejército, definida por un líder en el que no confío, y además cuento con el privilegio de no tener que seguir órdenes. Sin embargo, a los soldados sí, a ellos me dan ganas de abrazarlos, los mandaría a sus casas con sus familias, pero ningún líder, ni hablar de este, lo ha logrado, y hoy se ve más lejos que nunca la posibilidad de que miles de jóvenes ya no sacrifiquen sus vidas para que los demás tengamos un lugar al que podamos llamar casa. Entonces, si lo que puedo dar es un par de horas para que tengan un rato de distracción y de la magia que sucede cuando hay comida caliente, carne rica, risa, panza llena y todo lo que el asado genera, lo hago, y eso termina siendo de lo más significativo que logro hacer en este viaje.
Ariel es uno de los fundadores de la iniciativa, un argentino de esos que combinan calidez, humor ácido y unas ganas de dar que no abundan. Vive en Israel desde hace años, y es originario de Villa Crespo como yo. Me cuenta la historia del proyecto y no cabe de orgullo por ser uno de los tantos que se arremangan y se ponen el delantal de Jaialim del Asado. A pesar del tiempo que le demanda lo hace de manera voluntaria, a pesar de haberle costado su propio trabajo, no le importa y no piensa parar.
En el que me toca ayudar a mí es en una unidad de reservistas, algunos tienen más de cuarenta años, como Nitzán, con el que converso un buen rato.
— Podría no estar aquí — me dice — pero ellos son mi familia, nos conocemos desde hace más de veinte años, hemos ido a nuestras bodas, al Brit de nuestros hijos, no hay manera de que los deje solos, y ellos no lo van a hacer conmigo.
— ¿Qué es lo más difícil? — le pregunto.
— La familia, no estar con ellos. Pero mi esposa entiende. Cuando nos enteramos de lo que estaba pasando la mañana del 7 de octubre, yo decidí salir rápido para la base y, antes de que le diga nada, ya me tenía el bolso con el equipo listo. Y desde entonces no hemos parado.
— Ni me imagino lo difícil que debe ser.
— A veces logro irme los fines de semana a mi casa — me dice como para restarle trascendencia a lo que hace. — Pero todo es para ellos. Para que nuestras familias puedan vivir tranquilas. — En su voz no hay resentimiento. Tampoco percibo orgullo. — Es lo que tenemos que hacer.
Todo lo dice en un tono neutro que no acepta ningún mote de héroe ni que necesita ningún reconocimiento especial. Lo que es evidente es su cansancio. Ese cansancio prolongado, estable, que viene de tiempo atrás y al mirar adelante no ve nada que se parezca a un final. Como el viejo campesino que describe las estaciones de siembra y cosecha, de lluvia y sequía, y, al calor del sol, otra vez se prepara para la siguiente.
Mientras vamos poniendo la carne a la parrilla nos llega la noticia de que Israel está bombardeando Beirut. No queda claro su intensidad ni las características del ataque. La capital del Líbano no había sido tocada por Israel desde el 2006. La lógica de la danza bélica nos dice que ahora se van a empezar a mover las cosas más rápido, de un lado y del otro. Pero en la base militar, lo relevante es el asado. Los soldados siguen comiendo y conviviendo como si no se hubieran enterado. Pero no es así. Se enteraron antes que yo, pero a diferencia de mí, saben que siempre están expuestos a tener más trabajo, y el ataque al Líbano, sea en una ofensiva amplia, o en una operación quirúrgica dirigida al asesinato de Fuad Shukr, un alto comandante de Hizballá, como me termino enterando que fue ésta, no les cambia las reglas, ni el riesgo, ni los planes para volver a sus casas, ni medio centímetro.
Les vamos sirviendo, nos agradecen mientras ríen y los que han viajado por Latinoamérica tratan de hacerlo en un español todo roto. Nos dicen que somos lo máximo, que está riquísima la carne. No, gracias a ustedes les decimos nosotros, casi avergonzados por el pequeño gesto que tenemos con ellos y ellos sonríen como no entendiendo de qué les agradecemos tanto, al final de cuentas solo están defendiendo su casa, aunque en realidad todos entendemos todo, y nadie entiende nada.
Ariel dice en voz alta que vine desde México para servirles y que incluso tan lejos nos preocupan y rezamos por ellos todos los días, todos aplauden mientras comen y cantan y ríen. Ya es demasiado, es imposible y es real. Por primera vez en estos días tengo que ir atrás de uno de sus Jeeps y me quiebro.
Pasa un rato, salgo. Bueno, cuídense. Sí, tú también. Todo termina. Llego a la casa de Asi a medianoche. Una puerta de hierro que no había visto en planta baja está abierta. Me asomo y bajo sus escaleras. Es el refugio contra bombardeos aéreos. Hay uno en cada casa, y en los edificios más viejos hay uno comunal en el sótano. Lo han dejado abierto porque la represalia del Hizballá al asesinato de esa noche de su segundo de abordo, es sin duda el siguiente capítulo. Me acuesto pero dejo mis lentes fuera de su estuche sobre la mesita de luz y no cierro la puerta con llave. Me despierto cada tanto pero solo escucho los grillos y unos gallos lejanos indiferentes a la coyuntura geo política. Nada de alarmas, nada de misiles. Lo que ahora toca es tratar de dormir y esperar.
31 de julio
Amanece y la calma de la madrugada no es la noticia más importante, sino el asesinato de Ismail Hanye, uno de los dos principales líderes del Hamas. Un multimillonario que obviamente no vive en Gaza sino que se mueve entre sus mansiones de Qatar y Teherán. Es ahí, en la capital iraní, donde un misil inteligente lo alcanza ni más ni menos que en su cocina, vaya metáfora. Desde Irán no tardan en jurar venganza.
Y otra vez, los análisis contradictorios, y la sensación de la gente va de la alegría por ajusticiar a un asesino más, a la preocupación por las implicaciones a los secuestrados; de la tranquilidad de que Israel haya recuperado su capacidad disuasiva para prevenir próximos ataques, a la certeza de que todo esto va a ocasionar más ataques y de cualquier frente enemigo. Todo junto, todo revuelto, al mismo tiempo, chicos, grandes, de día y de noche.
Es mi última noche en Israel y decido ir otra vez a la plaza de los secuestrados. Hay jóvenes voluntarios preparando la siguiente noche, se cumplen trescientos días desde el 7 de octubre, trescientos días y trescientas noches de que ciento quince personas todavía siguen secuestradas en Gaza. Se va a hacer una marcha especial y va a terminar con un concierto de varios cantantes importantes. Si me hubiera dado cuenta, sacaba mi pasaje un día más tarde. Solo están ellos, o así me pareció.
Paso al lado de la escultura del túnel y ahora sí me atrevo a entrar, me tengo que agachar un poco en el umbral y durante los cincuenta metros siento que no quepo. Camino lento, el túnel va dando una pequeña curva por lo que a la mitad no se ve ni la entrada ni la salida, siento náuseas, es solo papel mashé, me digo, ¿será? Me detengo y me resisto a tocar nada, miro a mi alrededor, el techo me impide enderezarme y siento que las paredes laten y se me acercan. Sigo unos pasos más y cuando aparece la luz de la salida, respiro.
Al salir, veo a media plaza la luz intensa de la cámara de un reportero entrevistando a una persona. Me acerco, el entrevistado tiene el pelo pintado de naranja y una playera con la foto de la familia Bibas.
La historia de los Bibas es de las más representativas de la tragedia del 7 de octubre. Kfir tenía cuatro años y Ariel ocho meses, cuando los secuestraron en brazos de su madre, cuyo rostro de terror mientras se los llevaban no lo vamos a olvidar nunca.
Entre paréntesis, no me da orgullo la parte de mí que le cuesta superar el resentimiento. Pero me es muy difícil estar escribiendo esto y no recordar el silencio del mundo, en especial de varios de mis amigos y amigas, que después han criticado la respuesta militar de Israel, pero no dijeron nada ni siquiera ante la imagen del secuestro de los dos bebés Bibas en brazos de su madre. Eso tampoco lo voy a olvidar nunca.
Sigo. A Kfir y Ariel, ambos pelirrojitos, y a su mamá, Shiri, se los llevaron juntos. A los padres de ella los asesinaron ese día y estuvieron desaparecidos varias semanas hasta que pudieron identificar su ADN en los escombros de la masacre. Yardén, el papá de los chicos y esposo de Shiri, había salido a tratar de detener a los terroristas y a él lo secuestraron ya separado de su familia. En un video del mismo día publicado por Hamas, se lo ve vivo, sangrando de la cabeza, siendo golpeado y arrastrado por varios hombres armados.
Kfir y Ariel son los únicos dos niños que, por motivos que nadie entiende, el Hamas no los regresó en el acuerdo de intercambio de prisioneros de noviembre del año pasado. Estos dos coloraditos siguen en cautiverio. El 17 de enero, tres meses y diez días después de su secuestro, Kfir cumplió un año, y sus tíos, sus abuelos (los paternos, que son los que se salvaron), sus amigos, invitaron a todos los niños pelirrojos del país a festejarlo en la plaza de los secuestrados. Echaron al cielo cientos de globos naranjas con la esperanza de que él y su mamá los vean y sepan que no los olvidan y que están haciendo todo lo que está en sus manos para liberarlos. Hay cosas que hacemos por otros pero que en realidad son por uno mismo.
En la playera de este hombre con el pelo pintado de naranja se los ve a Yardén, Shiri, Kfir y Ariel, abrazados, felices, hermosos. Al terminar su entrevista me presento, le digo que vine de México en especial para estar aquí. Me agradece con más amabilidad que impresión. No concibo imaginar su desesperanza. Sus ojeras nada tienen que ver con la hora en la que estamos. Me dice que él es el tío de Yardén. No sé qué decirle. Lo miro con una cara que procura proyectarle algo así como “no tengo palabras para transmitirte el dolor que siento” y él me devuelve una mirada que quiero interpretar como “gracias”. No me aguanto:
— ¿Saben algo?
— Nada.
— Ni siquiera…
— Nada de nada.
Prende un cigarro. Nos ponemos a hablar de México, me dice que Argentina tiene un presidente que es muy pro-Israel, el reportero se acerca y se pone a opinar estupideces ya sin su cámara.
— Mi hijo es pelirrojo — le digo. — Mi abuelo era pelirrojo, tengo un hermano y dos sobrinos pelirrojos.
Sonríe y me contesta:
— Los pelirrojos han mostrado una empatía muy linda.
— Veo a Kfir y a Ariel y me siento muy cerca de ellos.
— Si, es algo especial.
No hay mucho más qué decir.
— Quiero que sepas que fuera de Israel pensamos en ustedes, que nuestro corazón está con ustedes.
Me da la mano, me agradece y se va. No sé cuan significativo fue para él que yo haya venido, seguramente uno más en las marchas de apoyo no hace una gran diferencia, tampoco alguien más que por dos horas plante rábanos en campos de cientos de hectáreas. Pero no me arrepiento de haber venido. Quiero creer que las cosas que hago por otros pero que en realidad son por mi mismo, en alguna dimensión y de alguna manera, deben hacer alguna diferencia.
1 de agosto
Todo lo que en esta crónica he compartido, que en un país ajetreado no pasaría ni en diez años, en Israel pasó en diez días. Me da la impresión de que la gente de acá llega a pensar que este es el ritmo normal de las cosas, que en todos lados cada día la historia cambia de rumbo y que, como en la selva, no solo aquí se debe dormir con un ojo abierto por los depredadores que acechan. Que en todos lados tienen que justificar su derecho a existir y que en cada diferencia interna acerca del proyecto de país, se juega la identidad y la vida de millones. Y a veces parecería que es justo al revés, que aquí se enorgullecen porque saben que en ningún lado es así y que es eso lo que los hace especiales. Es una línea delgada lo que separa la admiración de uno mismo, con la soberbia. Y es justo lo opuesto a la soberbia, lo que hizo que este país haya llegado a ser la fuente de orgullo más poderosa en la historia moderna del pueblo judío.
El Gobierno de Estados Unidos todavía nos apoya, no así mucha de su gente que se ha comprado el cuento del progresismo y opinan desde una ignorancia que en esta época no tiene excusas. Rusia y China, apoyan a quienes nos quieren destruir. Europa y América Latina está dividida entre los que critican, los que se solidarizan, los que dudan, los que reflexionan, los indiferentes y los que no saben ni que son antisemitas. Jordania, Egipto, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Bahrein, y algunos más de la coalición sunita moderada, se han sumado a hacer múltiples alianzas pensando en convivir con Israel. Líbano, Siria, Yemen, Turquía, el Hamas, el Hizballá, los Hutis y la Yihad Islámica, todos respaldados por la República Islámica de Irán, en este mismo momento, mientras espero para abordar el vuelo para regresar a México, tienen miles de misiles apuntando a mi cabeza. Y me incomoda el alivio que siento sabiendo que afuera la sensación de amenaza será menor. Por suerte viajo con El Al, muchas otras aerolíneas europeas y americanas, desde toda su empatía, ayer cancelaron sus servicios.
Las comunidades judías del mundo están un poco aquí y un poco allá, como lo han hecho por dos mil años, y se apoyan en la esperanza de vivir libres y en paz, donde sea que vivan o en su tierra. El problema, uno de ellos, es que el nuestro es un pueblo tan heterogéneo como ideas van surgiendo. Hay laicos, religiosos, ateos, agnósticos, ortodoxos, ultraortodoxos, conservadores, reformistas, religiosos nacionales, sefaradíes, ashkenazíes, mixtos, conversos, sionistas, simpatizantes con el sionismo, anti sionistas, renegados, y cada categoría tiene un parámetro infinito de intensidades y cada opción se combina con la que cada quien quiera de las otras, y en cada país es igual y es distinto.
Porque además ahora no solo hay comunidades sino también personas. El individualismo es un invento nuevo y ahora le permite a cada uno vivir este momento como decida hacerlo. Los más aprehensivos se preocupan más, los menos criteriosos se decantan por completo al apoyo incondicional, o a la crítica descontextualizada. Y una vez más la mayoría silenciosa dudamos de todo. Y al mismo tiempo creemos como nunca. No sé si habrá algo más judío que eso.
Me acerco a México y recuerdo que no me despedí de la señora Nomi, espero que esté bien. Que se reconcilie con la vida antes de que se le cumpla su deseo.
Por fin llego después de días de ya querer estar aquí. Así como mi amor a Israel es inquebrantable, con nada me identifico más que con los proyectos de mis hijos y con la familia que he formado con Adi, nada me es más importante que eso. Los abrazo, los beso, los miro y agradezco a Dios y a la vida por tenerlos. Consulto de reojo las noticias y me entero que, mientras volaba, en la ciudad gazatí de Jan Yunes, el ejército ha asesinado a Muhammad Deif, un alto comandante de Hamas, probablemente el máximo responsable de la estrategia de la masacre del 7 de octubre. Y me alegro y me preocupo y otra vez quiero estar allá.