Fuerza yoica - Marcelo Schejtman
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Fuerza yoica

Fuerza yoica

Escalar el Everest debe ser un problemón, y meterla de chilena al ángulo, dirían por ahí “somos pocos los que podemos”, pero nada de eso se compara con la dificultad de ver las cosas como son. Esto que los estudiosos llaman fuerza egoica o fuerza yoica. Si para algo somos buenos y sobre todo los más neuróticos de nosotros, es para observar lo que tenemos enfrente, y ver algo distinto.  

Los chicos ven una chica linda, pero se imaginan un dragón, otros observan una ola en la playa, pero creen que es un tsunami, y es difícil ayudarlos porque tampoco nosotros estamos viendo a la chica y a la ola, sino a lo que percibimos desde las interpretaciones imprecisas, que nos impone la combinación de nuestra historia, cultura, género, edad, orientación sexual, gustos, expectativas, deseos, hábitos, frustraciones y mil cosas más. Intentar ver lo que es, en realidad nos compromete a hacernos cargo de lo que vemos y desde dónde lo vemos. El gran escritor Isaac Bashevis Singer, premio Novel de Literatura en 1978, a través del protagonista de su cuento “El autobús”, nos dice: “No me estoy sacando cosas de la manga. Dios me ha maldecido con ojos que ven.” 

Atreverse a ver no es un reto menor, ni es algo que esté siempre a nuestro alcance. Cuentan que cuando los españoles llegaron por primera vez a las tierras de lo que después se bautizó como República Dominicana, los indígenas que las habitaban nunca habían visto barcos, y como tampoco tenían nada que les sirviera de referencia, a pesar de estar a unos metros de sus ojos, simplemente no los veían. ¿Cuántas cosas estarán pasando a nuestro alrededor en este momento, que como no conocemos nada que se le parezca, no conseguimos verlas? 

No solo eso, cuánto más sabios seríamos si viéramos sencillamente lo que está ahí, sin cargarlo de nuestra historia, de nuestras expectativas, de nuestras neurosis. Todo parte de este “sencillo” primer paso. Porque por más que creamos saber a dónde queremos ir, si no identificamos dónde estamos, ¿cómo sabremos en qué dirección caminar? Todavía, después de muchos años de trabajo con atletas acerca de lo que es la fortaleza mental, algunos se siguen confundiendo y piensan que el enojo, el miedo, la pereza son síntomas de debilidad. Y como se confunden con eso, cuando se sienten así, además se sienten culpables por sentirse así, y entonces tratan de esconder todo rastro de aquello; de los demás, lo cual es absurdo porque a pocos les interesará saber tanto, pero también de ellos mismos, lo cual es peligroso, porque genera un conflicto interno que desemboca en cualquier cosa menos en algo sano. Tener miedo está bien, o estar enojado, o tener fiaca, en especial cuando lo combinas con valentía para verlo como es. Todo lo que sientas son emociones humanas, algunas son más agradables y otras más incómodas, pero cada una tiene su razón de ser. Incluso con las desagradables, si llegan al punto de causarte demasiado dolor, es importante reconocerlo, para entonces pedir ayuda.  

Y hay tantos tabúes con respecto a sentirse mal como a sentirse bien. Si queremos triunfar en fútbol, natación, o macramé, nos serviría mucho tener la suficiente fuerza yoica tanto para reconocer cuando nos equivocamos como para cuando acertamos. Mucha gente se siente culpable cuando se siente bien. Silvio Rodríguez tiene una canción hermosa que se llama “Pequeña serenata diurna” y dice “Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día, los muertos, de mi felicidad.” Y hace tanto sentido porque en la tradición judeocristiana, tan arraigada en muchas de nuestras familias, parecería que la alegría es una forma de traición y, el orgullo, un hermano gemelo de la soberbia. Si la clavas en el ángulo, es importante gritarlo. Sería hasta un pecado no salir corriendo a tirarte encima de todos tus compañeros. 

El gran filósofo alemán Friederich Nitzche, dijo que no hay una manera más profunda de interpretar una situación que describirla tal cual es. Lo mismo en la filosofía zen, se dice que en lugar de observar e interpretar, es más sabio observar y solo observar, escuchar y solo escuchar. La realidad no necesita de maquillaje, y cuando se lo ponemos con adjetivos innecesarios, primero nuestra percepción y después nuestras decisiones, tienden a ser equivocadas.  

Hace unos años, un futbolista que acompañaba, no estaba siendo tomado en cuenta por su entrenador, a pesar de estarse entregando en los entrenamientos, cuidándose en su tiempo libre y superando en rendimiento al compañero que jugaba en su posición. El jugador, llamémoslo Alejandro, era realmente ejemplar. Obviamente es una situación que puede desmotivar a cualquiera. Cuando le pregunté cómo estaba, me respondió que bien, yo no entendía nada. ¿Cómo que bien? “Sí— me contestó— las cosas pasan por algo, todo tiene su tiempo…” y más frases de tarjetitas de Sanborns. Algo andaba mal. O no se estaba dando cuenta lo que pasaba, o lo que pasaba no le estaba generando la emoción congruente con la realidad, o no se estaba atreviendo a sentir lo que estaba sintiendo. Con cualquiera de las opciones, se estaba equivocando. Lo que estaba pasando era que el Director Técnico no estaba creyendo en él, lo cual es motivo suficiente para enojarse, frustrarse, entristecerse, desconcertarse. Si no estaba sintiendo alguna combinación de todo eso, y lo que sentía era solo paz o solo calma o solo felicidad, pues no estaría entendiendo que, de seguir así, sin convencer al profesor de meterlo a jugar, muy pronto tendría que dedicarse a otra cosa. Y si lo que en realidad estaba sintiendo era enojo, frustración y una mezcla de emociones que describiría una respuesta más congruente con la realidad que estaba viviendo, pero no lo estaba reconociendo, sería muy probable que tarde o temprano su frustración explotase de maneras más tóxicas, o que terminara fuera del club muy pronto, como sucedió. 

Lo que le sugerí a Alejandro, y a tantos otros que en el transcurso de los años también han abordado este tipo de retos, creyendo que lo mejor sería jugar este juego tan tóxico del auto engaño disfrazado de madurez, es que respire y se conecte con la emoción que de verdad está sintiendo. Mientras no logre eso, no podrá tomar las decisiones que más le serviría. Pero si se atreve a aceptar que está muy enojado con lo que está pasando (ojalá sea el caso), quizás hable con su entrenador, quizás se ponga a entrenar lo que le está faltando, quizás empiece inmediatamente a buscar otro equipo donde noten su capacidad, quizás dé el extra que lo va a llevar a ser ese jugador que podría ser y que todavía no es. Quizás sea justo eso lo que el entrenador está esperando o quizás, si el profe no es tan sabio, la realidad le estaría abriendo una oportunidad extraordinaria para crecer. 

No todos tienen una fuerza yoica desarrollada. Algunos fallan el penal y le echan la culpa al pasto, otros tienen un buen partido y se comparan con Maradona. Si el ego no está bien acomodado, va a ser más difícil que el jugador reconozca cuando se equivoque, cuando no se siente cómodo o cuando está desorientado. De igual manera, cuando sabes que no te define ni un error, ni un estado de ánimo, ni un mal momento, será más sencillo ver la realidad tal cual es y entonces también, si lo que quieres es cambiar, será más sencillo comenzar el camino. 

Yo no sé cómo hacer para ver siempre lo que está ahí frente a mis ojos. Lo que sé es que Alejandro ya no es futbolista de primera división, pero que está bien; ha ido aprendiendo a trancazos, como todos nosotros. Es emprendedor, tiene una escuela de fútbol y confío que guiará a los chicos a vivir sus retos con valentía, buen humor, y honestidad. Y después de todo lo que ha vivido, no se me ocurre nadie mejor que él, que se los pueda enseñar. 

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