Lejos - Marcelo Schejtman
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Lejos

Lejos

Me siento lejos de los judíos que, como yo, les duelen más las muertes israelíes que las palestinas.

Lejos de mí.

Lejos de los no judíos que, sin una justificación nacional o religiosa que los condicione a ver las cosas de manera subjetiva, les duelen más las muertes de los palestinos que las israelíes.

Muy lejos de los no judíos que, como yo, son defensores de derechos humanos, y condenan mucho el actuar del ejército israelí, pero no dijeron nada tras la matanza del Hamas del 7 de octubre.

Lejos de los judíos que, como yo, son demasiado duros con Israel, a pesar de saber la dificultad que implica ser una democracia entre enemigos.

Lejos de los judíos que, como yo, son insensibles con la realidad del pueblo palestino.

Me siento lejos de los palestinos que en parte no han logrado, y en parte no han querido, desarrollar un proyecto de nación sustentable, que les permita proteger a su pueblo del fundamentalismo islámico, de la educación basada en el odio, y de la hostilidad estructural que también incluye a Israel.

Lejos de los judíos y los no judíos que, como yo, postean memes irrefutables, culpando de todo a unos y exculpando de todo a los otros.

Lejos de la comunidad internacional que, como yo, sigue viendo en los conflictos que no son suyos, problemas que no son suyos. Y que solo les competen cuando estallan.

Me siento muy lejos de los que, sabiendo que hay un compañero de trabajo, o un conocido de la vida, judío o árabe, que ahora la está pasando mal, no le mandan ni un mensaje de solidaridad.

Muy lejos de los no judíos que no se han horrorizado con lo que Hamas hizo el 7 de octubre en Israel. Y después, como si hacerlo fuera una conducta pacifista, condenan el combate de Israel contra esta organización asesina.

Muy lejos de los judíos que no les parece una tragedia que haya miles de civiles palestinos muertos a manos del ejército israelí.

Lejos de los que ahora dicen haber comprobado que quienes trabajan por la paz, no son mas que ingenuos que no entienden con quiénes están buscando encontrarse.

Lejos, también, de algunos pacifistas que, desde sus elevados anhelos, no logran ver lo que tienen en frente.

De mi gente cercana en Israel que varias veces por día tienen que interrumpir su vida para refugiarse de los misiles del norte y luego de los del sur. Y que, mucho más que yo, están sufriendo, y están frustrados y decepcionados y desconsolados.

Me siento lejos de las feministas no judías que saben cómo viven las mujeres palestinas en Gaza y de eso no dicen nada. Y saben cómo fueron violadas, vejadas, asesinadas y exhibidas en público las mujeres israelíes el 7 de octubre por los terroristas de Hamas, y de eso tampoco dijeron nada.

Muy lejos de los palestinos, que no tienen opciones reales de desarrollo. Que después de exilio y ocupación y miseria y abuso de cuanto líder hayan tenido, tienen que soportar ahora el peor ataque militar israelí de su historia.

Lejos de los no judíos que le exigen públicamente al ejército de Israel las más altas prácticas de derecho internacional, y no postean ni un tweet en relación a los doscientos cuarenta secuestrados por Hamas. Ni un tweet por los jóvenes israelíes que estaban bailando en una fiesta y los terroristas de Hamas fueron a buscarlos especialmente para masacrarlos. Ni un tweet por las familias israelíes quemadas vivas a propósito por Hamas. Ni un tweet por los bombardeos de Hamas (y de Hisballa desde el norte) que ya por décadas están dirigidos por diseño a la población civil israelí. Ni un tweet por los niños israelíes torturados y decapitados por Hamas.

Muy lejos de los que creen saber cómo se resuelve esta historia.

Pero cerca de los que, como yo, no tienen idea. Y nos encontramos en nuestras miradas sin respuestas. De los que tienen miedo.

De los que, como yo, están devastados y han perdido esperanza en la humanidad.

Y de los que, como yo, como si el día y la noche pudieran convivir, como si el ruido y el silencio fueran una misma cosa, de alguna manera, al mismo tiempo, todavía se aferran a alguna esperanza.

Cerca de los que, como yo, todavía deciden creer en la paz.

De los que, como yo, no saben cómo, pero quieren hacerlo.

Me siento cerca de los que, como yo, se maravillan de la gente que ayuda y se voluntariza y se cuestiona y se compromete.

De los que enfrentan esta oscuridad con sus velas encendidas.

De los que hacen y de los que rezan.

Muy cerca de Adi y de las caritas de no entender de mis hijos. Y justo ahí logro verme otra vez. Como si fueran tres espejos que me recuerdan quién soy. Y, solo así, otra vez me siento cerca de mí.

Cerca de los que, como yo, ahora más que nunca, quieren creer.

Y de los que, como yo, a pesar de todo, todavía creen.

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