OBJETIVO - Marcelo Schejtman
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OBJETIVO

OBJETIVO

Cada vez que comienza el camino de una nueva temporada, la pregunta obligada que les hacemos a nuestros equipos es ¿Cuál es nuestro objetivo para este torneo? Y no importa si venimos de festejar un título o de quedar fuera de la liguilla, siempre la respuesta es la misma: “salir campeones”. No hay nada que hacerle, una de las características de los equipos con genética ganadora, es que nunca sacan su foco del triunfo. Sin embargo, a diferencia de lo que normalmente creemos, el objetivo no es lo que más ilusión nos da, ni lo que la historia aparentemente nos demanda. Algo tan fundamental y tan íntimo como nuestros objetivos, no pueden depender de la calidad del trabajo de otros. Por eso no sirven si los medimos por levantar una copa, quedar arriba en una tabla de goleo o ser la portería menos vencida. Entiendo que lo que más quieres es ser el titular indiscutible de tu equipo, pero ese no puede ser tu objetivo porque, por más que hagas todo lo que a ti te corresponda, y llegues temprano, y comas bien, y ganes todas las divididas, esa decisión le toca a tu entrenador. Y, además, para tomarla, te va a comparar con tus otros compañeros que también están luchando para conseguir lo mismo. Habla muy bien de nosotros comenzar con la ilusión de salir campeones. Pero para que eso suceda también dependemos de que el árbitro no se equivoque (y si lo hace que sea a favor nuestro), de que las lesiones nos lo permitan, incluso de que la pelota bote justo donde le va a permitir pegar en el palo y entrar en el arco rival y pegar en el palo y salir en el nuestro. Para que un objetivo sea objetivo, debe de depender al cien por ciento de nosotros mismos. Y, por ejemplo, para salir campeones, aunque lo deseemos con el alma, requerimos de más variables de las que podemos controlar.

Pocos entendieron esto tan bien como los Samurais. Esta orden antigua de la aristocracia japonesa es recordada por muchos por su habilidad para el combate. Es cierto, ellos fueron unos de los mejores guerreros que ha visto la humanidad. Sin embargo, lo que pocos saben es que su gran destreza en el campo de batalla, era solo una consecuencia de su compromiso con ciertos principios fundamentales, que le daban sentido a su vida. Su forma de entenderse en el mundo, estaba resumida en el Código de Honor Bushido en el que hablaban de Lealtad, Valentía, Congruencia. Un par de principios, y en sus propias palabras, son los siguientes:

“JIN – Compasión
Mediante el entrenamiento intenso el Samurai se convierte en rápido y fuerte. No es como el resto de los hombres. Desarrolla un poder que debe ser usado en bien de todos. Tiene compasión. Ayuda a sus compañeros en cualquier oportunidad. Si la oportunidad no surge, se sale de su camino para encontrarla.

MAKOTO – Sinceridad Absoluta
Cuando un Samurai dice que hará algo, es como si ya estuviera hecho. Nada en esta tierra lo detendrá en la realización de lo que ha dicho que hará. No ha de “dar su palabra”. No ha de “prometer”. El simple hecho de hablar ha puesto en movimiento el acto de hacer. Hablar y Hacer son la misma acción.”

Estos eran sus objetivos, no solo en el combate sino en la vida. Y si bien eso no les garantizó ser invencibles, (casi lo matan hasta al pobre de Tom Cruise), solo pudieron ser derrotados con armas, que ellos mismos, y para honrar su código de honor, decidieron no usar. Pero haber tenido tan claro esto, les sirvió para que por muchos siglos hayan gestado una historia que ha trascendido generaciones y culturas.

Regresemos al fútbol, si bien es lo ideal querer salir campeones, ser el goleador del torneo y jugar de titular todos los partidos, y que eso nos genere tanta ilusión como para saltar de la cama cada mañana para ir a entrenar, tenemos que saber que no solo depende de nosotros conseguirlo. También cuenta el árbitro, el rival, el clima, el entrenador, algunas lesiones inevitables, la misma suerte… Evidentemente, eso no quiere decir que no haya nada que nosotros podamos hacer para acercarnos a conseguir todo eso. Mucho podemos hacer: entrenar como los mejores, exigirnos, reponernos más rápido de los malos momentos, apoyarnos cuando algo sale mal, llamarle la atención a los que no estén a la altura del reto, felicitar al que esté mejorando. Los objetivos son esos, a esas empresas nos conviene entregarnos. Porque si no priorizamos esto por encima de cualquier otra recompensa que puede o no llegar, sería algo así como pretender dejar de sufrir sin dejar de comportarnos como víctimas.

Jorge Valdano, uno de mis ídolos por lo que ha conseguido en la cancha, en los escritorios y en los libros, en “Los 11 poderes del líder”, nos comparte el último fragmento del Libro azul, un documento que se le entregaba a cada jugador que entraba al Real Madrid. Este texto nos indica lo bien que los merengues entienden esta distinción:

“La historia ha convertido a este club en una escuela de ganadores. Un jugador del Real Madrid jamás se rinde. La ética del esfuerzo es nuestro valor más grande. Nuestra afición está dispuesta a perdonarlo todo, menos la falta de entrega. Solidaridad, responsabilidad y perseverancia han sido siempre características de un jugador de nuestro club. Solidaridad, porque ningún jugador puede ser campeón sin la ayuda de sus compañeros. Responsabilidad, porque nunca buscamos excusas en los árbitros o en los rivales. Perseverancia, porque el auténtico profesional es aquel que se gana el respeto con el trabajo diario y porque la estabilidad es una de las bases del éxito.”

Ni los grandes samuráis, ni el equipo más ganador de la historia del fútbol, en ningún momento buscan sus objetivos en el enemigo, ni en el rival, ni en el clima, ni en el árbitro, ni en nada que no dependa absolutamente de ellos mismos. No hablan ni siquiera del combate, o del partido, o de ganar una copa. Su foco no está en el resultado, sino en los valores desde los que debemos enfrentar cada reto. Es ahí donde ubican sus objetivos. Y cumplirlos por tanto tiempo es lo que les ha dado una identidad única y los ha vuelto casi invencibles.

Casi. Desafortunadamente, nadie puede garantizar que va a salir campeón, ni siquiera cumpliendo todos sus valores más preciados. Ni nosotros, ni los samurais, ni el Real Madrid. Sin embargo, no hay nada mejor que eso, para aumentar las probabilidades. E incluso si a pesar de haber cumplido todos estos objetivos y haber honrado los valores más elevados que nos distinguen del resto, no se llegara a alcanzar el campeonato, por supuesto que contentos no estaremos, pero habremos ganado la paz que da haber hecho todo lo que nos comprometimos a hacer, nos habremos también ganado el privilegio de ser dignos de formar parte de nuestro equipo (llámese Real Madrid, o 4ºB de la primaria de mi escuela) y podremos irnos con la consciencia limpia y la ilusión intacta para nuevos retos.

Ahora, siendo completamente honestos, no siempre para ganar campeonatos tenemos que alcanzar los objetivos que nos hemos propuesto. Estas victorias privadas, que fuera del seno del equipo no se ven, son la base para muchas cosas, pero no son siempre indispensables, si lo que queremos es una recompensa, un trofeo o un premio. El triunfo tiene una faceta muy caprichosa y la verdad es que también a veces todo eso se consigue sin alcanzar nuestros objetivos. Muchos partidos se han ganado porque una ráfaga de viento le provoca una gripa al goleador del equipo rival, o porque la pelota bota justo en el pozo que le hace corregir el rumbo hacia el hueco donde el arquero de ellos no va a llegar. Aún si no superas tus hábitos limitantes y subdesarrollados, y sigues comiendo mal y descansando poco, puedes ser el titular del equipo, si es que el otro anda peor que tú. Incluso, nos podemos encontrar levantando la copa que tanta ilusión nos generó desde la pre temporada, sin haber sido lo suficientemente valientes como para enfrentar el conflicto que ensuciaba el ambiente en el vestuario, sin haber corregido la falta de liderazgo de los capitanes, y sin haber realmente evolucionado como personas y profesionales. Es verdad, a veces se consiguen triunfos sin primero alcanzar nuestros objetivos, pero el éxito nunca.

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