20 Oct Plegaria del 7 de octubre de 2023
No hay palabras.
No hay palabras que describan lo que acaba de pasar.
Viví en Israel cuatro años de mi vida, soy de hecho israelí, como mi esposa y mis hijos. En la Universidad Hebrea de Jerusalem estudié Resolución de Conflictos porque desde chico me sentí capaz de aportar algo al tema, de servirle a una utópica idea de algo que se parezca a la paz. El primer libro que escribí fue acerca del conflicto palestino israelí. En el marco de mis estudios fui voluntario en el Palestinian Human Rights Monitoring Group, después volví a México y seguí con mi vida por otro camino, pero siempre muy cerca de Israel. Crecí en un movimiento juvenil judío sionista cuya principal distinción con los demás es su inquebrantable convicción de que la paz, no solo es el fin, sino también el camino.
Mi hermano vive en Israel, mis sobrinos, mis suegros, mi mejor amigo.
En ningún idioma existe una palabra que describa la desazón, la desesperanza, la bronca, la impotencia, el asco y la tristeza, que siento hoy. Lo que hizo el sábado el Hamas y la Jihad Islámica no calificaría ni como crímenes de lesa humanidad. No hay términos que abarquen eso. La guerra siempre es injusta, violenta y describe lo peor del progreso de la humanidad. Pero el asesinato planificado a civiles, cuya intención es justo esa, a sangre fría, cuerpo a cuerpo, es otra cosa. El sábado 7 de octubre en la madrugada, cientos de terroristas ingresaron a territorio israelí aprovechando que era Shabat y Simjá Torá, dos festividades que generan que muchos soldados estén en sus casas. Y en un operativo sin precedentes, tomaron decenas de aldeas israelíes, para luego ir casa por casa asesinando a la gente. Mujeres y hombres, adultos, jóvenes, niños y niñas. Ancianos y bebés. Todos masacrados en sus propias casas, mientras ellos mismos filmaban lo que hacían y reportaban orgullosos para sus redes en tiempo real. Al mismo tiempo, mientras iban matando a la gente en territorio israelí, desde Gaza lanzaban miles de misiles también principalmente a zonas civiles. Un poco más al norte, en una fiesta al aire libre, con cientos de jóvenes que lo único que hacían era ser jóvenes en una fiesta, llegaron otros grupos del mismo operativo y abrieron fuego a quemarropa asesinando a cientos. No estamos hablando de un asesinato, ni de varios, sino de cientos de chicos asesinados mientras intentaban escapar en medio del desconcierto de estar bailando con sus amigos y de repente darse cuenta que están siendo atacados por terroristas. Algunas de las chicas fueron violadas, luego asesinadas y presumidas desnudas como trofeos. Tampoco estamos hablando de un pogrom del siglo XIX en alguna aldea de la Rusia Imperial con el consentimiento del zar, sino de la peor matanza de gente en casi cien años, en un país libre y democrático; todo hace unos días. Algunos de esos chicos lograron escapar de la fiesta, pero muchos fueron secuestrados y llevados a la fuerza como rehenes a Gaza, donde hoy sus familias siguen sin la más mínima noticia de su paradero o estado de salud. Mientras tanto, los padres y las madres esperan. Hubieron más secuestrados, todavía no se sabe el número exacto ya que entre los cientos de desaparecidos hay muchos que fueron quemados dentro de sus casas por resistirse a abrirle a los terroristas. Entre esos casos, familias enteras que envolvieron a sus bebés en mantas mojadas para que no se calcinasen vivos y cuando veían que el fuego los alcanzaba tenían que saltar de las ventanas más altas de sus casas. Algunos de ellos se conocen principalmente por lo que los mismos terroristas grabaron. Por ejemplo, una madre con dos niños (uno de ellos un bebé) que con los terroristas ya adentro de su casa, el mayor de los hermanos (de unos cinco años de edad) desesperado le preguntaba a su mamá: “¿¿Nos están secuestrando mamá, nos van a matar?? A lo que la mamá le respondía, tratando de estar lo más calmada posible para él: “No sé…”
Veo las imágenes de más niños israelíes llevados en camionetas enrejadas, grabadas por los propios asesinos. No soy religioso y rezo. Veo a los padres que imploran por los medios de comunicación que les devuelvan a sus hijos, y hoy todavía siguen igual. Hombres que, en los videos de los terroristas, identificaron a sus esposas e hijos siendo secuestrados en las camionetas, gente mayor a sus mamás ancianas, todo eso y más, mucho más, sucedió hace unos días en Israel. A este momento la cifra de muertos es de más de ochocientas personas, la gran mayoría civiles, casi tres mil heridos, y no hay datos de cuántos secuestrados, se estima que son entre cien y ciento cincuenta. Algunas de las aldeas atacadas llegaron a perder más del veinte porciento de sus habitantes. Este día ha sido el que más judíos han sido asesinados desde la Shoá (el holocausto nazi). Vale la pena tomarse un momento y dimensionar esto. En casi ochenta años, este es el día más terrible que haya vivido el pueblo judío.
Ya pasaron dos días. La dirigencia actual de Israel, de cuya incompetencia para prevenir que algo así haya pasado no quiero hablar en este texto, ya dijo que va a realizar una contraofensiva como no lo había hecho antes, un ataque a la estructura militar de estas organizaciones terroristas, así como a su cúpula de poder. Les creo, ya empezaron a hacerlo. En la lógica del conflicto bélico los golpes que no se contestan pueden ser interpretados como debilidad y eso puede generar más ataques. Pero se habla ya de términos como “venganza” y ¿Cómo no sentir ganas de darle paso al odio? ¿Pero luego qué? Se habla de que “venceremos“, y la palabra me da escalofríos.
Del párrafo anterior a este ya pasó otro día, el bombardeo israelí en Gaza es incesante, ya hay cientos de muertos civiles también del pueblo palestino, y, si bien no es esa la intención, como en el pasado los muertos están y estarán. En muchos casos el ejército israelí avisa a la población palestina dónde van a ser los bombardeos para que no estén ahí, y es Hamas quien los obliga a quedarse, sabiendo que al hacerlo morirán, solo para poder señalar a Israel como los culpables.
Habiendo dicho lo anterior, es innegable que a cada parte le toca su cuota de la responsabilidad de la realidad creada en la zona. A raíz del gobierno terrorista de Hamas, en Israel no cesa el terror. Como consecuencia del último ataque, Israel ha cortado la luz y diversos suministros básicos en Gaza, y entonces crece la represión, y la crisis humanitaria y el caldo de cultivo ideal para que una nueva generación de chicos palestinos que vivan ahora esto, crezca con miedo y desesperanza. Y así, como en el pasado, completamos la fórmula para que estos niños crezcan odiándonos y en solo unos años estén otra vez dispuestos a vengar a sus muertos y a vencernos. Y en ese entorno, si no es Hamas (porque ojalá sea de una buena vez desmantelada para siempre) serán otros los que los recluten y adoctrinen. No veo cuál es el desenlace de esta historia. Para un lado la miseria y para el otro el terrorismo, y como en el pasado las narrativas espejo, simplistas, patrióticas, ineficientes. “Son Ellos los culpables (todos ellos) y Nosotros (todos nosotros) las inocentes víctimas”, ambos diciendo lo mismo. Cuántas cosas no hemos entendido después de más de cien años de violencia…
Un día más del párrafo anterior a este, las cifras de los muertos israelíes se acercan a mil. Escucho historias de bebés que fueron encontrados decapitados (perdón por la descripción explícita de tanta barbarie, pero esto no es una historia barata de terror en un futuro distópico, es la realidad en un país occidental y democrático), de violaciones a las chicas atrapadas en el rave junto a los cuerpos de otros chicos asesinados. Miro las noticias del canal 12 de Israel y transmiten los testimonios de ex militares que rompen en llanto, hombres mayores que estuvieron en algunas de las aldeas que fueron tomadas por horas por los terroristas sin que viniera nadie a ayudar. Lloran en cámara, no logro contenerme y lloro también. “No quiero culpar a nadie, pero no entiendo cómo permitieron que esto pase”, dicen. Y lloran cuando hablan de los soldados que llegaron y rescataron personas mientras luchaban al mismo tiempo contra los terroristas que todavía quedaban.
Lo que acaba de suceder me hace hervir la sangre como nunca en mi vida me había pasado. Por otro lado, como la gente a mi alrededor, la tristeza es mayor que cualquier otra emoción. El desconcierto también. Por momentos pienso en los terroristas y no quiero odiarlos, pero los odio; me resisto y vuelvo a caer. Lucho contra mí mismo a miles de kilómetros de esa catástrofe.¿Cómo integrar nuestro odio y evitar ser prisioneros del suyo? No quiero que atrapen también mi libertad de seguir siendo yo. Me viene a la mente Viktor Frankl, que en Auschwitz decidió que hay una libertad suprema que, ni en ese contexto inenarrable le pueden quitar, la libertad de no odiarlos. ¿Cómo conseguirlo cuando ya están advirtiendo que Hamas va a empezar a circular videos inhumanos en redes de la gente secuestrada? No tengo respuestas.
Un día más, los muertos israelíes ya suman más de mil. Los de los palestinos también. Recuerdo el discurso de Itzjak Rabin que en 1993, firmaba el primer acuerdo de paz con los palestinos y vislumbraba que habían llegado tiempos de paz. En la escuela, Shmuel Benalal lloraba de alegría. Entonces no entendíamos por qué tanta emoción de nuestro director, tampoco nos hubiéramos imaginado que Rabin sería asesinado por un fanático judío un par de años después, que él moriría en un atentado terrorista árabe unos años más tarde y que treinta más adelante estaríamos en uno de los momentos más opuestos a la paz de la historia.
¿Cómo integrar a la ecuación por un lado terminar con el peligro hoy y por otro cuidar a las generaciones que vienen de la posibilidad de que algo así pase otra vez? La primera es urgente, pero ambas son fundamentales. Desde la estrategia militar por supuesto, todo lo que haga falta, y desde la revisión de los paradigmas que nos han conducido a lo que hace unos días sucedió, también. ¿Cómo hacerlo además honrando quienes somos? En especial en este momento terrible, enalteciendo quienes somos. ¿Cómo impedir que sea el odio y el miedo lo que determine esto? ¿Cómo encontrar fuerzas para que nos guíen los valores que nos distinguen, con los que nos hemos guiado por cinco mil años? Y seguir las enseñanzas de nuestros sabios, como por ejemplo del filósofo Martin Buber, de unir voluntad y gracia para lograr ver el todo, y no nada más lo que es evidente. Y seguir las reflexiones del escritor David Grosman, que, desde Israel mismo, un par de días tras este 7 de octubre de terror, ya se preguntaba ¿quiénes seremos cuando otra vez resurjamos de las cenizas? En estas preguntas no podemos quedarnos sin respuestas, tenemos que encontrarlas, debemos definirlas. Aunque nos tome más tiempo, tenemos que reconocer que ahora no las tenemos y desde ahí construirlas.
De los párrafos anteriores a este ya pasaron más días, una semana del peor día desde la fundación del Estado de Israel y de este siglo para todo el pueblo judío. Pero también para el mundo. Si pensamos que las masacres de personas, por ser quienes son, por vivir donde viven, habían terminado, al menos en países libres y democráticos, nos hemos equivocado. Y entonces, si alguien pensara que esto no debe preocuparle, por más lejos que se sienta de esta realidad, se estaría equivocando igual.
Ya son más de mil trescientos israelíes muertos. Muchos civiles palestinos más también. Cada víctima civil en Gaza no nos acerca a ningún mejor lugar estratégico ni nos trae ningún consuelo por las nuestras. Ayer en un hospital en Gaza cayó un misil matando a cientos de personas, los medios oficiales palestinos dicen que fue un misil israelí, Israel publica evidencias que indican que no era ese un objetivo a atacar y que fue uno de los misiles de la Jihad Islámica, provenientes de Gaza, el que cayó en el hospital. Algunos medios internacionales lo aclaran, otros no. No se me ocurre nada más irrelevante para los muertos de ese hospital ni para el dolor infinito de sus familiares.
De este 7 de octubre nunca borraremos la imagen de los padres llorando como niños, ni los secuestros de niñas, ni los adolecentes corriendo por sus vidas, ni los audios pidiendo ayuda en susurros, ni los cuerpos mutilados, ni los gritos escritos por whatsapp, ni el silencio, sin respuesta, que vino después.
No sé cuántos secuestrados volverán con sus familias y cómo seguirán sus vidas. No soy religioso y rezo por que vuelvan pronto, por que los traten dignamente mientras no están. Miri Mesica dice en una de sus canciones que recemos, que sepamos que hay quien escucha.
Rezo. Quiera Dios que nunca más una organización despiadada, con asesinos armados, tenga el poder que vimos que tiene y atente contra civiles indefensos.
Que nos de la fuerza para defendernos de quienes, incluso hoy, no toleran que existamos. Me refiero al pueblo judío, a Israel, pero también al resto del mundo que no son justo como ellos.
Que esta guerra termine pronto y que no cobre más vidas de inocentes, sean del pueblo que sean.
Que les dé la inteligencia a quienes, desde una falta de criterio que me sorprende, aquí en México, en Argentina, en Estados Unidos y en otros lugares del mundo, no condenan ni se horrorizan, sino que justifican lo que sucedió en la masacre del 7 de octubre en Israel, con la actualidad del pueblo palestino. Y ponen en la misma canasta a diferentes injusticias, simplificando lo que es complejo y complejizando lo que es absolutamente espeluznante.
Que a los que opinan les dé la paciencia para informarse de manera habitual y no solo en las crisis más violentas, y que entonces opinen sin desinformar.
Que a los que no opinan les dé la valentía de hacerlo.
Que les dé la sensibilidad a los que no se acercan a sus conocidos judíos y árabes que, en Israel, en Gaza o en cualquier lugar del mundo, están en uno de sus momentos más difíciles, para que se acerquen. Una llamada o al menos un mensaje de solidaridad hace más diferencia de lo que suponen.
Que al pueblo palestino le permita liberarse de los que los gobiernan con ideologías basadas en la intolerancia, el fanatismo y el odio. Y puedan vivir también en paz y libertad.
Y que entre todos (y eso nos incluye a nosotros también) encontremos una manera de dar vuelta esta dinámica, y creemos una distinta, una que no esté basada en la derrota del otro, ni en que nuestra seguridad sea a costa de nadie, una que no se deje guiar solo por el miedo.
Que creemos un camino que nos permita ver la luz, y que al mismo tiempo nos permita ser esa luz que nos han enseñado que somos, y que somos. Uno que no nos obligue a conducirnos desde principios en los que no creemos. Uno que, en lugar de pensar en vencer o ser vencidos, nos abra la posibilidad sustentable de vivir por fin, por fin, por fin, en paz.
Amén.